Aferrada a un cuaderno de campo y un archivador empecé mi primer día hospitalizada en el área de Alto Riesgo Obstétrico (ARO) de Hospital Luis Tisné en Peñalolén. No conocía el hospital por fuera, no sabía dónde estaba exactamente, no lo supe hasta el final. En reposo absoluto, no podía moverme, conocí el espacio en silla de ruedas, el tiempo lo medía según las rutinas del personal. Guardé todo cuánto pude, escribí y archivé de puro miedo, conciencia y mala memoria. Comencé a organizar lo acumulado cuando mis hijas cumplieron un año, aprendieron a caminar y ya pasaban menos tiempo en la teta.
Se siente en el aire la pugna, huele a lacrimógena, huele a pintura fresca de censura callejera, huele. Los helicópteros me despiertan por las noches. Después de perder ojos, perdimos también el olfato y el tacto. Otra vez sin poder moverme (nos), confinamiento. En una angustia etnográfica comencé a buscar los cuadernos de campo que tenía a mano, los que estaban en la bodega, los que no se perdieron en algún cambio de casa, los que nunca existieron y los que resultaron ser más páginas en blanco. ¿Cómo salir de esta ciudad que se cae?
Autora: Francisca Luna Marticorena.